Estamos ante una alerta sanitaria, pero también una guerra comercial. Aun nos faltan datos fundamentales, el más importante de todos el origen del problema, de esa bacteria E. coli que ha provocado la muerte de varias personas y que hace que suenen todas las alarmes para que los vigilantes de la sanidad tomen medidas drásticas por prudencia, por diligencia y para evitar incurrir en responsabilidades. Pero al fondo aparece una guerra comercial típica de esta época y que tiene que ver con todo, incluido ese desprecio populista y peligroso que se incuba en algunos países del norte de Europa frente a sus socios del sur. Los PIGS malversan la moneda y además nos envenenan. Ese es el titular subliminal que algunos tratan de instalar en beneficios de ideas muy estrechas y también de pasión por ocupar poder. Un mensaje que un canciller como Kohl o como Schmidt hubieran combatido por convicción e inteligencia pero que la canciller Merkel tolera para no enajenarse algunos sectores de la opinión pública. Canciller de convicciones cambiantes, como acredita con la energía nuclear, aunque esa es reivindicación de otro segmento de población. La industria hortofrutícola española es potente, de las más importantes y competitivas del mundo. Por eso debe estar preparada para afrontar situaciones semejantes, con apoyo firme e inteligente del Estado y con estrategias bien meditadas. Una tormenta que va a pasar y de la que la industria debe salir fortalecida si acierta a gestionar bien la crisis, que ni es la primera ni será la última.
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